Muchos podríamos haber pensado que con la vacunación de la amplia mayoría de la población más la pronta expansión de la última cepa del virus, Omicron, estaríamos un paso más cerca de alcanzar un equilibrio de COVID en el que el SARS-CoV-2 todavía esté presente, pero sin interrumpir tan estrepitosamente nuestras vidas. Muchos pensaron a finales del año pasado que el aumento de los casos y la “gripalización” del virus representaría un punto de inflexión en la protección a nivel de la población del país y esta ola terminaría siendo la última de la pandemia.
Sin embargo, los expertos sostienen que el escenario futuro no será tan soleado y que esta ola no será la última. Con las tasas de vacunación y contagios actuales, dentro de unos meses, los sistemas inmunitarios de la mayoría de los españoles estarán más familiarizados que nunca con el SARS-CoV-2, pero esto no quiere decir que no podamos volver a contagiarnos. Una nueva variante del virus que evada los anticuerpos, por ejemplo, podría aparecer nuevamente para enfermarnos. Y casi todos los que han sido vacunados o inclusive pasado el virus en varias oportunidades no estarán protegidos ante una nueva cepa.
La inmunidad colectiva es la clave para poner punto y final a una pandemia. Pero lo complejo es que la inmunidad contra el coronavirus no es binaria. Todavía los expertos no pueden calcular con precisión cuánta más protección podría tener la Persona A (triplemente vacunada, recientemente infectada) que la Persona B (dos veces infectada, una vez vacunada) o la Persona C (una vez infectado, nunca vacunado).
No obstante, los expertos han descubierto algunas de las tendencias generales que pueden aumentar o disminuir la susceptibilidad, permitiendo tonos grises, la inmunología de cada persona dependerá del número de exposiciones a la proteína y el tiempo que haya transcurrido desde la última exposición. Las infecciones y las vacunas añaden protección; pero el tiempo lamentablemente lo erosiona y es precisamente por esta razón que tendremos que aprender a vivir con esta enfermedad.
Se puede esperar que cada exposición a la proteína espiga del SARS-CoV-2, ya sea a través de una vacuna o una infección, aumente iterativamente la cantidad, la calidad y la durabilidad de las defensas del cuerpo. Cuanto más intensa y con más frecuencia entre el virus en el organismo, más recursos tendrá e invertirá éste para defenderse de esa misma amenaza.
Por ello, los expertos piensan que la tercera dosis de vacuna podrá contribuir con este objetivo y, según las últimas recomendaciones sanitarias, lo ideal sería esperar 5 meses entre la segunda vacuna o la infección del virus, para la tercera inoculación; y de esta forma potenciar la respuesta del cuerpo al permitir que las células inmunitarias tengan tiempo suficiente para reflexionar sobre lo que han aprendido.
¿Entonces qué esperar?
Una pandemia es un nuevo brote de una enfermedad infecciosa que afecta a un número significativo de personas en la mayoría de los países del mundo. Pero existen diversos escenarios diferentes de lo que sucede después.
Si se pudieran detener todas las infecciones por COVID-19 en todo el mundo, el virus sería erradicado. Desafortunadamente, la erradicación es increíblemente difícil e históricamente sólo se ha podido erradicar con éxito dos enfermedades: la viruela y la peste bovina.
Sin embargo, si todas las infecciones por COVID-19 se detuvieran a nivel local (un país o incluso una comunidad), diríamos que la enfermedad en esas regiones se eliminó. El virus seguiría presente a nivel mundial, pero ya no habría ningún caso dentro de la región. Si no se logra la erradicación o eliminación, pero los casos se reducen drásticamente, entonces el virus podría volverse esporádico, con infecciones ocasionales ocurriendo en niveles bajos, algo increíblemente difícil para nuestro Archipiélago Canario, el cual recibe frecuentemente visitantes desde diversas partes del mundo.
Pero, ¿qué sucede si la transmisión del virus continúa como está actualmente a nivel mundial? En algún punto indeterminado, la pandemia ya no sería un nuevo brote, sino que se convertiría en endémica, donde hay altas tasas regulares de la enfermedad que incluso pueden ser comparables en número a las tasas observadas durante la fase pandémica.
Si bien no existe un momento definido en el que una pandemia se vuelva endémica, tiende a ocurrir cuando el número de casos se estabiliza durante un período prolongado. Un ejemplo de un virus que causó una pandemia y ahora es responsable de una endemia global es el VIH, el virus que causa el SIDA. Por lo tanto, el término que usamos para describir el estado actual de las infecciones por COVID-19 en un país se guía por la cantidad de casos, la duración de la circulación de la enfermedad y la estabilidad de la cantidad de casos a lo largo del tiempo.
También existe la endemicidad de bajo nivel o las infecciones esporádicas. Algunos virus de los que oímos hablar con frecuencia entran en esta categoría. Con COVID-19 en un nivel endémico bajo o esporádico, y con altas tasas de vacunación, no se necesitarían medidas de mitigación para la mayoría de la población. En cambio, los equipos de salud pública tendrían que investigar y contener cualquier brote a nivel local y cuando aparezcan nuevas variantes, habrán olas que exigirán medidas extraordinarias.
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